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One morning you awoke, and the strange sun, and opening your door...



sábado, 29 de enero de 2011

John Follet Casamata

John Follet Casamata

Después de quince minutos al teléfono en los cuales solo había escuchado insultos, John Follet Casamata creyó que serían las consecuencias aletargadas de esa forma tan poco interesante de untar la mantequilla en el pan, de su manera mecánica de cronometrar las moscas y no pensar en si son verdes o si en realidad no tienen color, en la torpe ausencia de sus virtudes cuando necesitaba impresionar a alguien ligeramente interesante (porque lo único que hay en esta vida son personas ligeramente interesantes, no impresionantes), pero sobre todo creyó que serían las consecuencias de esa absurda manía que tenía comúnmente por las mañanas de tratar de ser mejor persona. John Follet Casamata pensó en colgar y no seguir escuchando aquel soliloquio insultante que había comenzado con la tonta idea de contestar un teléfono timbrante; sobre todo pensó en colgar pero no lo hiso. Se tragó la saliva que había olvidado pasar desde que tomó el viejo artefacto, apretó aún más el auricular contra su oreja y siguió escuchando los insultos verbales perfectamente estructurados y acompasados sin decir una palabra. Trataba de asimilar las malas oraciones una a una: descomponer las frases incisivas, convertirlas en pequeñas palabras de estado ambiguo, pasarlas por la garganta sin siquiera sentir; pero era imposible, el discurso venía con todas sus partes como en caída libre, como en una especie de función continúa sin intermedios; y no quiero mal interpretar la situación con alguna cosa insignificante y melancólica pero sé que fue entonces cuando pensó en aquella tonta plazuela que a veces visitaba y que le solía vomitar palomas esquizofrénicas de onomatopeyas indescifrables, en ese día especial de insultos físicos cuando un perro pasó a su lado sin siquiera mirarlo y la persona con la que iba acompañado se burló de él por tal indiferencia canina. Entonces se avergonzó, sintió esa vergüenza recién creada desnudándolo ante un público invisible compuesto de una sola persona que le gritaba palabras prohibidas desde el lado opuesto de un cablecillo telefónico, ese público corriente y fracasado que ahora ejercía tanto pesar en él, sintió la vergüenza que seguramente de haber sido una persona cuerda, habría sentido el dueño del soliloquio insultante, el individuo semi-físico que ahora contagiaba a John Follet Casamata de algo tan absurdo y delgado y todo lo mal potencial que podría ser pero que ahora no quiero saber porque estoy tremendamente triste, como John Follet Casamata cuando escuchó aquel soliloquio insultante. En realidad quiero estar y no estar, ya sabes, como respirar sin saber quién eres, sin poder recordar nada más que lo vital, como la forma exacta de abrir los paquetitos que contienen los sacos de té potencial, esas hierbitas sistemáticamente procesadas que le dan color al agua que hierve en las tazas de orejas rotas con algún dibujillo navideño que nunca concuerda con la temporada, ¿no odias cómo la mayor parte del año hay navidad en el lugar donde guardas los vasos y platos aun sin serlo?, en realidad no importa porque John Follet Casamata siguió escuchando aquel torrente agresivo de palabras bruscas que venían del auricular del viejo teléfono de disco que minutos antes había descolgado a causa de su timbran abusivo, seguramente provocado por la absurda manía matinal que ahora lo obligaba a tratar de concentrarse en algún bobo recuerdo, quedarse con la parte inmaterial de su cuerpo y cederle lo físico al dueño del soliloquio furioso, para dejar que el sonido punzante viaje por el material telefónico hasta tocar su oreja y sentirlo lejos, sentir el toque amargo desde una distancia imperiosa, mientras todo lo demás sigue siendo una horrible carta abierta, una vergonzosa exposición de las entrañas de John Follet Casamata, quien continuaría ausente tres o cuatro minutos más hasta colgar, iría a la habitación, tomaría el revólver del closet justo debajo de los suéteres de domingo, abriría la boca, apuntaría en un ángulo ligeramente inclinado hacia el cerebro, chocaría el metal por tres segundo contra los dientes recién revisados y sanados por el dentista de hace años y se metería un tiro.

1 comentario:

porque las antipartículas comentan